La blogosfera está muy irritada con Facebook, y no es para menos. Acostumbrados como estábamos a campar a nuestras anchas por el mar de la información, con nuestros amables editores que se dejan customizar hasta las amigdalas, los maravillosos
lectores de feeds que te traen cada mañana
toda la información que te interesa y sólo la que te interesa, esto de Facebook es un asco. Cambia tus aplicaciones sin avisarte, te añade otras que no has instalado, no te deja ordenar tu contenido, ni siquiera tiene un sistema de mail decente, por no hablar del chat. Y lo peor: permite que hordas de newcomers sin ninguna noción de
net-etiquette echen por la borda años de trabajo militante por hacer de la red un espacio de socialización sostenible. Estoy de acuerdo, es una mierda.
Pero es que sobre Facebook se han creado muchas expectativas irreales. La primera y la más problemática es creer que es lo que dice ser: una red social. No es algo exclusivo de Facebook, es un malentendido que afecta a toda la web social, que de social no tiene nada más que el nombre. Las aplicaciones de nueva generación -o dos punto cero o cómo las queramos llamar- son sólo un nuevo modelo de negocio digital que utiliza la socialidad como recurso. Es diferente.
Facebook no es una plataforma de networking. Facilita el networking, pero ese no es su objetivo principal. Por eso no permite, por ejemplo, que los usuarios customicen las aplicaciones o que creen ellos las relaciones entre grupos o que reciban información automatica sobre los grupos que han creado (nuevos usuarios, nuevos comentarios en el wall, nuevos enlaces). Tampoco deja seleccionar de forma personal las informaciones que se reciben en los feeds (existe una pestaña para editar, con poquísimas posiblidades). Los grupos, las causas, las peticiones tampoco están relacionadas entre sí salvo de forma automática (o sea dirigida por el propio Facebook).
Facebook tampoco permite las acciones colectivas. Tal y como está diseñada ahora la arquitectura de Facebook, es casi imposible organizar acciones
como la que le obligó a eliminar Beacon por petición masiva de los usuarios. Hoy algo así sería muy difícil.
Facebook es entretenimento. El objetivo es que pases el mayor tiempo posible dentro de su web. De ahí los últimos cambios en los enlaces compartidos, que ya no remiten a la web original sino a una réplica de la web original dentro de la propia web de Facebook. A Facebook hay que ir a distraerse. Y hay que reconocerle su mérito: para los que pasamos el día delante de la pantalla, es perfecto. En un clik dejas el procesador de textos o el photoshop o la hoja de cálculo y te das una vuelta por los perfiles de tus amigos. Te ves un video, hojeas un post, chateas un rato. A veces tienes suerte y encuentras alguna información que te interesa o, si tienes mucha más suerte, consigues que algo que tú has enviado llegue a las personas que de verdad deben recibirlo. Y después vuelves a lo que estabas haciendo.
Creo que si empezamos a pensar en Facebook como entretenimiento de masas, la cosa cambia. No es que deje de tener importancia todo lo demás (que te roba tus contenidos, que vende tus datos, que es el mayor experimento de espionaje de la historia,
que está infiltrado por la CIA que será verdad). La sociedad de la vigilancia es una realidad pero, no sólo Facebook: Google, Google Earth,
Google Street View,
las comunicaciones via satélite (o sea casi todas), la telefonía móvil y hasta los cajeros automáticos. Todas las conexiones telemáticas son tentáculos de la sociedad de la vigilancia. Sólo hay que usarlas sabiendo lo que son. Y sobre todo lo que no. Mientras, creo que saber cómo funcionan de primera mano es una prioridad activista, al menos en
mi agenda activista personal (pero sé que predico en el desierto, aunque aún no me he desinstalado el
IRC).