"El arte de inventar escalas". Mi informe para Zemos12

Los Zemos98 han decidido que para la 12ª edición del festival quieren invitarnos a pensar con ellos sobre la programación, el concepto y todo lo demás. El punto de partida es un título: "Microbios, seres vivos diminutos", un texto muy bonito y unas preguntas. Esta es mi contribución que ya está colgada en su página y que recopio aquí (porque sigo buceando entre listas de cosas pendientes que se reproducen como los conejos). En los mismos links podeis leer también las aportaciones de los otros co-cuidadores.
Gracias Zemóstic@s. Como siempre, es un placer :-)




“Microbios de Ptqk incubados durante 12 días al pie de un radiador”. Experimento realizado en la performance de subRosa “Epidemic! Laboratorio de células DIY” en la exposición Soft Power, Vitoria, octubre de 2009.

¿Un puñado de pseudo-críticos culturales hablando de microbiología? El esperpento está garantizado. Los que venimos de eso que se llama las ciencias sociales -que, reconozcámoslo: sólo son ciencias porque se formaron históricamente en una época en la que aparentar racionalidad era una condición innegociable para que un campo de saber fuera tomado mínimamente en serio- estamos más que acostumbrados a que los expertos de las ciencias nos miren mal. Pero también nos acordamos de que en la antigua Grecia no existía la diferencia entre las matemáticas y la filosofía, entre la astronomía y la política y que, puestos a hacer el test del algodón, tienen tanto de blandas unas ciencias como otras. Que la ciencia-ciencia de hoy, tan incuestionable como cualquier dogma, tan poderosa culturalmente como cualquier religión, también es un discurso construido y sampleado, es decir: postproducido.

5000 caracteres son muy pocos para aventurarse en la metáfora pero trataré de escribir con letra microscópica, a ver si me ocupa menos. Pensarnos como microbios es pensarnos en relación. En relación con lo más grande -que llevado a su extremo es lo infinito y roza con lo místico- y lo más pequeño -lo inapreciable y lo invisible, que también. Y en esta relación, como en los mapas, toda anclaje con la realidad está en la escala.

La carrera espacial ya no está de actualidad pero seguramente nunca como hoy hemos tenido tan presente la dimensión planetaria. La velocidad de la transmisión digital ha reemplazado a la velocidad de la luz como encarnación de lo inmediato. A la vez que el yo se ha hecho global el tamaño del mundo ha disminuido. Sólo con alargar la mano al mouse nos trasladamos en el espacio. Nos vemos, trabajamos, compramos y hacemos el amor con personas que se encuentran a cientos de miles de kilómetros de distancia. Nos hemos vuelto gigantes. Pero a la vez, qué ironía, los dispositivos que lo hacen posible cada vez son más diminutos. Todo tiende a la miniaturización: las terminales, la memoria, los datos. Las tecnologías de información se vuelven cada vez más pequeñas y más invisibles. Llevadas a su paroxismo nos entran en el cuerpo y forman parte de nosotros como la más natural de las prótesis, porque como dicen los suplementos dominicales, el biotech es la nueva frontera. Frente a las microscópicas tecnologías de la vida, el mundo de lo pequeño se ensancha. Y nosotros, gigantes en el planeta, nos vemos reducidos a la más mínima expresión de lo vivo: hormonas, moléculas, partículas de ADN, flujos de bio-datos, en definitiva: secuencias de micro-información.


A la izquierda: micrografía de transmisión electrónica que muestra una célula cancerosa de próstata. A la derecha: vistas de satélite de Europa y parte de África con Google Earth.

La tecnología nos ha sorprendido con un espacio-tiempo diverso de aquél con el que inventamos los conceptos de organizar la vida. Y entonces echas la vista atrás y descubres que la filosofía ya se había anticipado, que con eso que se llama micropolítica se puede intentar, con mucha prudencia pero todavía más audacia, crear contenedores de sentido en los que quepan las nuevas formas del mundo. Decían Deleuze y Guattari (a partir de ahora, D&G) que
“cuando la máquina deviene planetaria o cósmica, los agenciamientos tienden cada vez más a miniaturizarse, a devenir microagenciamientos”.
Las feministas -algunas- entendimos aquello como una actualización en clave high-filosófica del viejo Lo Personal Es Político que consiste en aceptar que actuando sólo desde el nivel de lo macro no es posible hacer política, que las relaciones que tejemos a cada instante entre nosotros y con las demás formas de vida son la primera forma de organización colectiva, y que si erramos esa, las erramos todas. Unas ideas que se han naturalizado con ese otro gran lema con el que nos hicimos mayores: Todo Está Conectado. Y que hoy regresan de nuevo travestidas en las muy durísimas ciencias de la complejidad que desvelan cómo la estructura de un copo de nieve está asociada con la de las costas marítimas y que todas las organizaciones vivas -naturales o sociales- tienden al caos y, a partir de éste, a la auto-gestión.

Y siguen D&G:
“La administración de una gran seguridad molar organizada tiene como correlato una microgestión de pequeños miedos, toda una inseguridad molecular permanente, hasta el punto de que la fórmula de los ministerios del interior podría ser: una macropolítica de la sociedad para y por una micropolítica de la inseguridad”.
Entonces, si queremos emanciparnos como los gigantes diminutos que somos, habrá que ir inventando formas de hacer nuestros esos lenguajes de lo pequeño sin los cuáles lo grande se nos escapa siempre. El siglo XX nos ha dejado con las ruinas de algunas inmensas utopías diseñadas desde la tiranía de lo macro, proyectos totalizantes de producción, gestión, muerte y consumo de talla industrial. ¿Igual este es el siglo para actuar desde los pliegues de lo micro, lo invisible, lo cotidiano? Entre una y otra dimensión quizás acabemos encontrando la escala que nos es propia como humanos.

Berlin bleibt Berlin

"Still Day Lives" (1995) de Sally Gutierrez es:

"una vídeo-instalación grabada en los hogares de varias mujeres de Berlín Oriental que habían vivido más de 15 años al lado del Muro, y que continuaron viviendo allí tras su caída. Mientras todo cambia drásticamente en Berlín, tanto en el paisaje urbano como en el ámbito público, la cámara presenta al espectador el paisaje interior de los objetos cotidianos. Los "bodegones" a los que alude el título reflejan un momento histórico en el que los recuerdos de un país desaparecido se mezclan con el deseo de las nuevas posibilidades que brinda Alemania Occidental.
El audio presenta un discurso fragmentado, en el que se yuxtaponen cuestiones personales, históricas y políticas. Las mujeres protagonistas, que en el momento del rodaje tenían entre 65 y 85 años, hablan de sus experiencias y sus recuerdos de la posguerra, de la construcción del Muro de Berlín, y de la vida en Berlín Este."





Y todo mi Berlin aquí.