Los American Psycho de la economía global



Dirigida por el fundador de Wallpaper*, el snob y muy bien informado Tyler Brûlé, la revista Monocle encabeza mi lista de lecturas viciosas. En la portada se define como “a briefing on global affairs, business, culture & design” pero secretamente Monocle va de inversiones. No de las de comprar pisos para reformar en barrios gentrificables de ciudades de moda, ni franquicias de telefonía móvil, ni parques temáticos en reservas naturales o rollos así de nuevos ricos a lo Gil y Gil. No. Inversiones de qualité. Por ejemplo: una clínica de trasplantes en Abu Dabi, un periódico financiero en Singapur, un estudio de arquitectura sostenible en Noruega, una empresa familiar de alpargatas hechas a mano en Menorca, una galería anticuaria en Johanesburgo, un restaurante de comida macrobiótica en Rio de Janeiro.

En Monocle son tan elegantes que nunca utilizan las palabras comprar o vender, jamás hablan de dinero, los términos crisis, recesión o decrecimiento sencillamente no forman parte de su vocabulario. Son auténticos ganadores que conversan entre ellos sobre los buenos pequeños negocios que hay por hacer en el mundo, despiadados e impecables, con estilo y naturalidad. De todo lo demás no se dan por enterados.

La compro de vez en cuando en los aeropuertos muy internacionales y la leo siempre dos veces, en el sentido inverso en el que se hacen las lecturas en profundidad. Primero la leo entre lineas, la meta-leo. Por ejemplo, un artículo sobre Kaliningrado empieza así: “Es un enclave aislado del viejo bloque soviético rodeado de países europeos más solventes. Su futuro es incierto, ¿instalación militar o centro de vacaciones? Pero con un liderazgo dinámico y amplias inversiones, Kaliningrado puede sacar partido de su alejamiento”. Traducido: Kaliningrado ofrece una buena situación geográfica para el import-export, poca atención mediática, salarios de mierda, una democracia floja y corrompible y un status-quo asegurado por las bases de la OTAN; es decir, un caramelo. Y así todo el rato, peinando cada rincón del planeta. Luego la leo de nuevo en sentido literal, que viene a ser como la edición extra-lujo del Vogue Italia con mejor gusto, porque el Señor Brûlé detesta las cosas hechas en China y le chifla la artesanía chic: muebles ergonómicos de madera de un árbol fabuloso que sólo crece en las alturas andinas, americanas a medida de lana de ovejas irlandesas de crianza tradicional, cuberterías japonesas de serie limitada. Para colmo, la maquetación, la fotografía, el diseño de impresión, todo es casualmente cool, una mezcla entre la pionera Colours y los anuncios de American Apparel.

La portada de Fortune del ránking de las 500 empresas más poderosas del mundo en 2010, dibujada por Chris Ware y censurada. Para verla en detalle aquí.

Porque no tiene escrúpulos ni ideología, Monocle da un panorama del mundo -de lo que está pasando aquí y ahora- bastante más actual que cualquier fuente de la vieja izquierda al estilo por ejemplo de Le Monde Diplomatique, y lo digo sin ninguna ironía. Una visión del mundo sesgada, incompleta, pero que señala con mucho tino los puntos bisagra del mapa geopolítico (no dónde hay barullo sino precisamente dónde no lo hay), los flujos de capitales (en qué dirección se está moviendo el dinero) y los estilos de vida y consumo (que primero circulan a pequeña escala antes de saltar al ikea, al zara, a la guía turística o al estante del supermercado). Es un ejercicio de perversidad tan bien hecho, tan fino, que me da miedo. Porque sé que esta es la forma en la que se expresa algo que, en defecto de un significante mejor, podemos llamar la nueva derecha. Que no son pro-vida, ni falangistas, ni de la asociación del rifle. La nueva derecha son estos mercenarios con zapatos italianos y en el bolsillo la tarjeta Dinners Club. No parecen conservadores porque no lo son. No tienen opiniones, no tienen vergüenza, no tienen complejos y no tienen dudas. (Y parece mentira pero a estas alturas aún es necesario recordar que el liberalismo no es estar a favor del sexo en grupo sino de la desregulación de los mercados, la vieja ley de la selva en la que los fuertes siempre ganan y si no lo eres ya te puedes dar por jodido, aplicada a escala planetaria).

El cerebro detrás de Monocle es Tyler Brûlé (aquí entrevista), mucho más que un cool hunter: un todoterreno de "el negocio de hacer negocio" que como buen personaje tiene detrás su pequeña historia de supervivencia. Nacido en Canadá, crecido en Reino Unido, empezó de periodista y perdió la movilidad de una mano cubriendo la guerra de Afganistán. Además de fundar Wallpaper* -emblemática publicación de tendencias de los noventa que hoy pertenece a la Warner- ha sido columnista de The Herald Tribune y The Finantial Times, ha dirigido agencias de diseño y consulting, ha hecho televisión, es miembro de consejos de dirección de empresas influyentes y en 2006 ocupó el puesto nº37 en la lista de los gays y lesbianas más influyentes del mundo. Un mundo que, efectivamente, está cambiando a una velocidad vertiginosa. Y sí, lo escuché en una charla hace poco, no recuerdo a quién: hay que inventar palabras, revisar referentes y ponerse a estudiar economía.
"A tale of love and domestic abuse involving a digital cat and mouse, set in the near future" (Xeni Jardin).

En su web David O´Reilly dice que las biografías son para los muertos. Bueno. Pues es joven, varón, irónico y con flequillo. Aquí entrevista en Boing Boing; aquí otra en Motiongrapher. Dale 10 minutos.


Le conocí hace dos semanas. Se llama Jon Lajoie y es más listo que la media porque viene del otro lado de la frontera. Sigue actuando de guiri en una serie francófona canadiense pero como se ha hecho famoso es colgando sus videos caseros en el youtube. Le gusta contar que ha mandado a la mierda a varias compañías grandes que vinieron a lamerle el culo después de su primer hit, que lo suyo es grabarse en el garaje y que sus compañeros de la tele, que no se enteran de nada, todavía piensan que es un pringao.

Me dan unas ganas tremendas de mandar sus vídeos a la Despentes. En Teoría King Kong, además de pasar por la licuadora a medio feminismo bien-pensante y convocar a la lucha armada a la otra mitad, también hace preguntas constructivas. Por ejemplo: con toda la producción feminista que hay por ahí poniendo patas arriba la idea de feminidad ¿cómo es que aún no ha visto la luz un sólo ensayo serio que haga lo mismo con la masculinidad? Haberlos, los hay pero, o bien provienen del universo queer (cosas de bolleras y mariquitas que por supuesto sólo les interesan a ellos) o del feminismo ministerial de raiz setentera (en plan guerra de sexos). Lo que echa en falta Virginie – y muchas- es una buena crítica cultural del macho heteronormal escrita por uno de ellos. Una crónica audaz y arriesgada que desvele sin pelos en la lengua las miserias del patrón dominante, el backstage de lo que supone meterse cada día en el papel de un hombre como es debido. O sea, lo de los chicos también lloran pero con un par de huevos. Iba a escribir una lista de temas a tratar pero con los lyrics de “Everyday Normal Guy” ya tenemos el índice para esa gran obra de la ensayística utópica.

No es casualidad que Lajoie aborde estos temas precisamente desde la parodia. Ya lo decía Freud, que no destacaba precisamente por su conciencia de género pero algunas buenas intuiciones sí tenía: el humor es el mecanismo de defensa de los inteligentes. Por eso las mejores piezas de Lajoie son las que le muestran más enternecedoramente garrulo, como “Show me your genitals” (su canción para las ladies en la que caricaturiza con precisión de connaisseur al baboso de madrugada, esa criatura patética y testosteronada tan convencida de su encanto que si no te andas con ojo puedes acabar riéndole las gracias) o como “The Fellatio Truth Movement” (que retrata al garrulo anterior tras obtener un business diploma en una escuela privada al borde de la legalidad, lo que aumenta su nivel de auto-complacencia hasta cotas que lo sitúan en el limbo moral de lo grotesco, donde la crítica se autodestruye al contacto con el absurdo). El garrulo en cuestión es como un caleidoscopio de todos esos tópicos identitarios que aprenden los chicos cuando son pequeños y que luego les cuesta tanto desaprender porque como no tienen algo parecido al feminismo para des y reconstruirse, se pasan el resto de su existencia cargando con un montón de ideas equivocadas sobre sí mismos.

Pensándolo bien, en lugar de mandar sus videos a la Despentes, igual le envío este post a Lajoie. Igual se anima a transformar sus canciones en un objeto con papel y tapa. O escribo el libro yo con un pseudónimo y me forro porque, de todas formas, no paran de repetirlo en las encuestas: los lectores no son lectores, sino lectoras.





Actualización vía comentarios: por sugerencia de Daniel Lobo y porque encaja tan bien en el tema, añadimos este otro video: "Stay at home dad!"

Un artículo de Ricardo_AMASTÉ (buen amigo y bloguero sin blog) publicado originalmente el 2 de abril 2010 en el suplemento Mugalari del diario GARA.

Ante la situación de cambio y proliferación de centros de producción artística en Euskadi, cabe preguntarse si alguien ha consultado en algún momento a l*s artist*s y a otros agentes del medio, qué es lo que necesitan y para qué. Esta sólo es una de las posibles respuestas.


Estudiantes de Bellas Artes encerrad*s contra Bolonia (foto: Alejandra Bueno)

Desde el arte como estado de excepción, a su disolución en el sistema cultural y/o en la vida cotidiana. Abrir interrogantes, producir interferencias, forzar los lenguajes, buscar nuevas subjetividades, imaginar respuestas diferentes, ilusoriamente útiles-inútiles. Desde la estética de lo político, a la ética del deseo. De la bohemia al estrés, poniendo en juego todas las contradicciones como ¿nuevo? juguete del capitalismo. Desde el individuo, el grupo, la banda, la asociación, el lobby, el ismo, desde la red difusa, desde la multitud. Desde el estudio, el taller, el laboratorio, la oficina, la factoría, la asociación de barrio, el aula, la barricada. sin salir del cubo blanco, entrando y saliendo, desde casa. Desde lo privado, desde lo público…

Una enumeración incompleta de posibilidades sobre desde dónde y cómo ejercer la práctica artística y/o generar arte hoy. Todo ello, sólo para servir como marco a la pregunta ¿cómo podrían-deberían ser las infraestructuras desde las que se proyecte-produzca-proyecte el arte contemporáneo? Y ¿Cuánto deberían tener de hardware y de software? ¿Cuánto dedicarse a experimentación básica y a experimentación aplicada? ¿Necesitamos espacio, dinero, tiempo, recursos, complicidad, herramientas, red?

Para no dar vueltas al asunto desde la generalidad global relativista, podemos tratar de analizar todo esto desde una perspectiva local, fijándonos en lo que está pasando a nuestro alrededor.

En pocos años hemos pasado, de cuando poco era mucho, a la sobreabundancia que probablemente, paraliza, genera desinterés y/o no sirve para aquello que primeramente debería de servir. Porque esas grandes y sobrediseñadas infraestructuras que están proliferando, en gran medida se hacen en nombre del arte y/o de la cultura, pero con otros fines instrumentales: estrategias de marca, de territorio, económicas… Sea como sea, casi siempre de espaldas a quienes supuestamente se dirigen: artistas y otros agentes, que son l*s principales dinamizador*s, productor*s de conocimiento, de sentido; y a un público al que en vez de apelar como receptor y posible emisor, se trata como masa.

Así, aparecen nuevas entidades, se multiplican los contenedores, se diversifican las actividades, se solapan las programaciones, un remix de logos, donde prima lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Todas surgen en un momento de crisis o indefinición donde lo expositivo ya no es la piedra angular, sino parecen serlo la producción y la post-producción. Todo pretende ir hacia delante, pero sin abandonar la inercia. Y sin pensar realmente hacia donde quiere ir cada cual. Todas surgen para apoyar a las artistas, para que puedan crear en mejores condiciones (“mejor” no significa que no siga siendo desde la precariedad), pero para que lo hagan productiva y eficientemente. Incluso la universidad, con el Plan de Bolonia, se orienta principalmente, no ya a la experiencia y al conocimiento, sino a la generación de buen*s profesionales para la producción. Porque la maquinaria no puede parar. ¡Más madera!

En poco tiempo hemos pasado de que Arteleku fuese un catalizador generador de contexto a que sea un centro ciertamente descontextualizado. Mientras, en el horizonte aparecen Tabakalera, Krea, Alhóndiga. O el delirio de un nuevo Guggenheim, también pensado, cómo no, como un espacio no sólo expositivo, sino de producción, mejor aun, de producción exhibida en tiempo real. ¡Qué no son gigantes, qué son molinos!... ¡Pobre Sancho!

Todo grandes equipamientos, fuera de la realidad del momento. Porque ni hay suficiente masa crítica (ni estrategias para generarla), ni una idea de sistema, ni suficiente dinero. Y el que hay, se gasta en poner más piedras. Eso si, se deja un pequeño margen para “material fungible” (un, digamos curioso concepto, con el que en Bilbaoarte se pone límite a qué pueden y no pueden dedicar la cuantía de su beca l*s artistas –para evitar el derroche y el dislate-).

Y por qué. Porque se sigue sin querer entender que para que el arte suceda no hay unas condiciones concretas que se puedan proveer-reproducir-franquiciar. Se trata más bien de generar un sistema flexible que permita fluir en libertad. (Im)posibilitar cuando sea necesario, en lugar de imponer por la norma o la moda. Un ecosistema para generar más conversaciones. Y estas pueden darse en el baño de un bar a las dos de la mañana, a través de Skype, en el estudio al que acudes diariamente o no, en el monte, con un lápiz, un ordenador, una cámara, la palabra, desde el DIY, la producción industrial, la biopolítica…

Por mucho que se insista, no hay recetas. Y cada vez menos. Por eso, los centros de producción no tienen sentido, si sobre todo no son lugares de encuentro abiertos al mundo, para el intercambio, la colaboración, la hibridación, el conocimiento, el conflicto. Así, si se quiere invertir en la producción de cultura, que se invierta en fomentar la (bio)diversidad del ecosistema cultural, en la generación de contexto, de posibilidades, en el momento, en el lugar y con los recursos que en cada caso sean necesarios. Sin estrategia fija. Dirán que esto es insostenible. Pues hagámoslo de forma equilibrada, redistribuida y reproductiva. Aquí mismo hay resquicios y excepciones que pueden servir de ejemplo. Porque lo verdaderamente insostenible, es lo que impera actualmente.