Como mucha gente, llevo una semana de infarto, abandonando todo lo pendiente por razón de excepcionalidad (pido disculpas a editores y colaboradores varios: dedicarme a cualquier otra cosa me parecería una farsa), durmiendo poco, comiendo mal, tuiteando y retuiteando, blogueando, contestando mails, acudiendo a las asambleas de #acampadaberlin, leyendo crónicas y artículos y a pesar de todo, pensando mucho. Posiblemente, también, pensando sin demasiada lucidez, sintiendo más que pensando, se podría decir, o pensando con el cuerpo y los sentidos que es -y lo creo profundamente- la mejor forma de pensar; lo sé por experiencia: mis tripas son mucho más inteligentes que yo. Esta semana he llorado tres veces. La primera, viendo el streaming desde Plaza del Sol el viernes a medianoche. La segunda, el domingo por la mañana leyendo las notas “de urgencia” de Amador Fernández-Savater, que no es que sean más emotivas que otras pero por alguna razón misteriosa me hablan con una intimidad sorprendente. La tercera, y la más imprevista y la más violenta, fue el lunes -parece que esto va ser diario y lo diré: no soy de lágrima fácil- al leer una frase de un texto de Fabián Casas publicado en el nº 2 de Orsai; una frase que, sacada de contexto es totalmente banal e incluso dentro de él tampoco es para tanto: “Mi padrino también era fanático de la radio”. Que rompa a llorar como una tonta con una frase tan inofensiva supongo que tiene que ver con algo que se dice por ahí y que suscribo: esto es el inicio de algo, estamos de acuerdo, pero no viene de la nada. Cada cuál tiene su historia. La mía, en lo que al 15M se refiere, está directamente conectada con años de vida social a través de internet. Por vida social entiendo hacerse amigos, enamorarse, intercambiar lecturas, impresiones, canciones y cromos, crear espacio público y experimentarlo con sus límites y sus potencialidades, construir redes de afecto, abrirnos nichos de confianza, fundar familias distribuidas y solidaridades reales. Por a través de internet quiero decir con las redes sociales (también las de antes de que se inventara el término) como canal de comunicación y como territorio que siempre -y digo siempre- tiene su impacto en el lado de las cosas que se tocan. Lo llaman desvirtualizarse, pero es algo más: es crecer en común, es inventarnos juntos una posibilidad de vida, es lo que en palabras de otra generación se llama haber leido los mismos libros. Que no tiene nada que ver con libros, que quede claro, aunque ayudan. Tiene que ver con el lenguaje, con el lenguaje compartido que construye un punto de vista común sobre la realidad.
Pero esto pasa en las calles. Efectivamente, pero también: pasa en las calles, porque como decían en otro tuit, ya eramos en potencia una asamblea permanente. Pero esto pasa en las calles. Desde luego, y de ahí no nos vamos a mover, pero necesito (necesito) aclarar algunas cosas sobre qué es eso que pasa fuera de las calles y sobre lo que sigue pasando cuando parece que ya no pasa nada.
Dice Enrique Vila-Matas en un artículo publicado hoy que “los tuits son un atentado contra la complejidad del mundo que pretenden leer”. Lo dice, supongo, sin saber cuánto nos ha influido su literatura a los escritores de lo reticular y lo fragmentario, y quizás porque aún no ha entendido que la complejidad no está en un tuit -aunque los hay que nos unen con la fuerza de un eslógan- sino en la conversación que se teje en tiempo real entre millones de usuarios. Escribimos frases cortas -que por cierto, es un ejercicio de escritura excelente para los que como yo somos más de verbo largo- pero son frases cortas que se contestan unas a otras y que reenvian a frases mucho más largas, a blogs, a videos, a programas de radio, a playlists, películas y documentales, a artículos de prensa, a mediatecas digitales y a listas de lectura como esta, que incluyen referencias bastante más ricas y más complejas que la obra que Vila-Matas cita como biblia de los indignados: el “librito de menos de 30 páginas” de Stéphane Hessel que los medios generalistas proclaman como referente teórico del movimiento. Digámoslo rápido: ese libro es una referencia más, pero no es La Referencia Intelectual de las acampadas. Es la referencia que ha circulado entre los medios de comunicación generalistas y que ellos -que son los que necesitan explicaciones simplificadas, que les quepan en un artículo de prensa y hagan un buen titular- se han copiado unos a otros y han adjudicado al movimiento. Los medios corporativos son hoy mucho más simplistas que el más idiota de los tuits (Vila-Matas: te esperamos, no tenemos ninguna prisa).
Porque es verdad: tenemos todo el tiempo del mundo. Hay una cierta ansiedad, unas ganas de decir esto no sirve para nada y fortalece a la derecha, o sí porque mira qué batacazo se ha pegado el Psoe; una necesidad de análisis rápidos, carpetazos y conclusiones, de adjudicar a los cambios fechas concretas, de encerrar los procesos en estadísticas, de leer la conciencia política en términos de votos, siglas o papeletas nulas. Es cierto, estos días han sido un espectáculo por la cantidad de gente que ha tomado las calles y la rápidez y contundencia de los acontecimientos, y el espectáculo pasará: las acampadas en algún momento se harán menos numerosas o serán desalojadas, empezaremos a hablar y escribir sobre otras cosas, se pondrán de moda otros hashtags, ganarán otras siglas, harán oposición (o pudiendo hacerla, no la harán) otros partidos, parecerá que hemos olvidado. Pero una cosa es el espectáculo de la historia y otra es la historia misma. Porque olvidar, olvidar, sólo olvida la mente. Las tripas tienen una memoria prodigiosa, y un tiempo de digestión más largo.
Diré lo obvio. El 15M es un fogonazo más del cambio de época que, en esos libros de historia a que se refiere Vila-Matas, encontrará su hueco junto a otros acontecimientos mayores de los últimos 10 años y los que vengan. Pero lo que también pasará a los libros de historia -y que será digno de análisis, esta vez sí, con más de 140 caracteres- será el modo en que todos estos acontecimientos están cambiado para siempre el modo de ejercer y entender la práctica política. Que no es lo que hacen los partidos políticos, o el modo en que estos interactuan con los medios de comunicación, las empresas, los lobbies u otras esferas de influencia, no es eso que en el lenguaje común llamamos la política. La práctica política es la manera en que en cada sociedad se gestionan los asuntos que nos afectan a todos.
El ejercicio de la práctica política ha tenido muchas modalidades historicamente, algunas formales -que desde la modernidad más o menos se avalan con los mecanismos jurídicos y legislativos que conocemos- y otras informales, menos visibles, más porosas pero igualmente válidas e igualmente legítimas. Digo esto, en parte, en respuesta a un post publicado por Enrique Dans hace 2 días en el que cuestiona -con evidente nerviosismo- la legitimidad de la asambleas como órganos representativos. Las asambleas informales -no adscritas a una organización con personalidad jurídica- no son órganos representativos desde un punto de vista legal pero sí lo son desde un punto de vista político si entendemos lo político como el espacio y los mecanismos de debate y gestión de lo común. Que aquí y ahora esos espacios y esos mecanismos sean la democracia parlamentaria, sí. Que la democracia parlamentaria agote todas las modalidades de expresión y legitimación de lo político, no.
También en ese nº 2 de Orsai (que se puede leer en línea o descargar aquí) hay un diálogo entre Hernan Casciari, el editor de la revista, y su amigo de infancia y editor adjunto El Chiri, que dice así: “- Antes las revoluciones eran muy esforzadas. El Hombre Corbata era demasiado invencible. Los pueblos sojuzgados hacían revoluciones pero no pasaba nada realmente. Desde el Renacimiento, la cultura fue de los ricos, de los mecenas. Las guerras, de los poderosos. Las personas corrientes siempre fuimos monedas de cambio. Y ahora, de repente, hay una comunicación de base, pero de verdad. El Hombre Corbata intenta controlar, pero ya le cuesta, ya no puede como antes. ¿No te esa impresión? - Sí, pero no soy tan optmista como vos: el diablo también usa Twitter. No solamente el pueblo. Los presidentes siguen dándose la mano durante treinta segundos y fingiendo sonrisa y hablando en secreto. - ¡Pero la gente ya sabe la verdad! Y esto es la primera vez que ocurre, en toda la historia humana. El Hombre Corbata está en decadencia. El careta, el falso, el ruin. Ya no tiene todo el horizonte para hacer sus trapicheos”.
No quiero decir que lo que ocurre estos días sea el inicio de un mundo mejor; soy muy pesimista y estoy convencida de que vamos de cabeza al desastre (en general), pero precisamente por eso todos -todos- debemos tener la audacia y la responsabilidad de no mirar para otro lado y estar a la altura de los tiempos que nos han tocado vivir.