Me he vuelto necrófila
jueves, septiembre 30, 2010 by ptqk
Imagen del archivo de "Visible Human Project", la primera computación íntegra, anatómica y tridimensional de un cadáver, cortesía de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos.
Antes de que empiece a mono-bloguear sobre Soft Power (el programa de la edición 2010 ya está en línea, lo habeis visto, lo habeis visto?), una confesión, lo del título: que me he vuelto necrófila. Mi nueva obsesión se ha plasmado en el texto "Mirar un cadáver", un paseo guiado (y eminentemente macabro) por el catálogo de la distribuidora de vídeo arte Hamaca. Y es que empiezas subrayando textos de Donna Haraway y no sábes dónde acabas.
Mirar un cadáver
Los animales, cuando mueren -y lo hacen en cualquier parte: en la cazuela, en el parachoques, en la suela de los zapatos- son muertos sin más: un centollo muerto, un pájaro muerto, un caracol muerto; pero muertos a secas, muertos sin categoría. El ser humano, sin embargo, adquiere con la muerte una condición privilegiada: la de cadáver. La temática del cadáver ha sido ampliamente tratada en el mundo del arte, la literatura, el cine; ha inspirado géneros musicales, tribus urbanas y prácticas de sexualidad extrema. Pero nuestra relación con él sigue marcada por el afán de eliminarlo. Desde las civilizaciones ancestrales hasta hoy, han evolucionado las técnicas, la maquinaria administrativa, ligeramente los rituales, pero poco más. Toda la cultura mortuoria occidental está organizada en torno a un único objetivo. Liquidar el recuerdo de ese sí o sí de la vida que es su finitud, borrando los rastros de su manifestación más grosera: el cuerpo inerte de los que han pasado al otro lado.
Recorro el catálogo de Hamaca como un detective: buscando fiambres, o más exactamente, buscando desentrañar las distintas estrategias de tratamiento visual de los mismos. Si las más extendidas son de orden ritual, ficcional y administrativo, con el avance de las modernas tecnologías de visualización biomédica -mecánicas, radiológicas, analógicas y finalmente digitales- el cadáver, como veremos, comienza a desprenderse de sus condiciones de materialidad para transformarse en archivo de datos. [Seguir leyendo]
Mirar un cadáver
Los animales, cuando mueren -y lo hacen en cualquier parte: en la cazuela, en el parachoques, en la suela de los zapatos- son muertos sin más: un centollo muerto, un pájaro muerto, un caracol muerto; pero muertos a secas, muertos sin categoría. El ser humano, sin embargo, adquiere con la muerte una condición privilegiada: la de cadáver. La temática del cadáver ha sido ampliamente tratada en el mundo del arte, la literatura, el cine; ha inspirado géneros musicales, tribus urbanas y prácticas de sexualidad extrema. Pero nuestra relación con él sigue marcada por el afán de eliminarlo. Desde las civilizaciones ancestrales hasta hoy, han evolucionado las técnicas, la maquinaria administrativa, ligeramente los rituales, pero poco más. Toda la cultura mortuoria occidental está organizada en torno a un único objetivo. Liquidar el recuerdo de ese sí o sí de la vida que es su finitud, borrando los rastros de su manifestación más grosera: el cuerpo inerte de los que han pasado al otro lado.
Recorro el catálogo de Hamaca como un detective: buscando fiambres, o más exactamente, buscando desentrañar las distintas estrategias de tratamiento visual de los mismos. Si las más extendidas son de orden ritual, ficcional y administrativo, con el avance de las modernas tecnologías de visualización biomédica -mecánicas, radiológicas, analógicas y finalmente digitales- el cadáver, como veremos, comienza a desprenderse de sus condiciones de materialidad para transformarse en archivo de datos. [Seguir leyendo]