Necesitamos nuevos modelos para conceptualizar el trabajo posindustrial

o inmaterial o creativo o como queramos llamarlo,
que es sobre todo de orden mental, relacional y emocional.


Ninguno de los participantes en el Cultivo de Microbios de Zemos98 sabíamos lo que íbamos a hacer allí. Pero nos habíamos comprometido a una cosa: el primer día teníamos que llegar con algo para compartir. Ya que desde el festival nos llamaban “encuentro experimental de microorganismos culturales”, quise proponer un tema que, aunque jamás sale a escena, en realidad nos carcome las entrañas como una plaga de termitas. No es el dinero. Es el tiempo de trabajo.

¿Qué es tiempo de trabajo y qué no lo es? ¿Cómo se cuantifica el tiempo de inspiración? ¿Qué significa perder el tiempo? ¿Todos los tiempos son iguales o hay diferentes calidades, texturas, intensidades de tiempo? ¿Cómo se valora la productividad de los “microorganismos culturales”?



La hipótesis es que el concepto de tiempos de trabajo que manejamos está obsoleto.
Está pensado para la fábrica, para el trabajo en cadena, para la serialización. Es un concepto industrial. Si te ganas la vida metiendo tornillos en cajas, distinguir entre cuando trabajas y cuando no trabajas está muy claro. Meter tornillos en cajas es trabajo, la pausa del bocadillo no. Te la pagan porque para seguir metiendo tornillos en cajas necesitas comer. Pero mientras lo haces, otra persona puede ocupar tu lugar en la cadena y la producción continúa. Se puede rotar a un empleado por otro, cuantificar sus tiempos, programar las tareas y optimizarlas con formulas matemáticas. Cuanto más tiempo pases en la cadena, más tornillos meterás en cajas. Y si no lo haces, salta a la vista. En las actividades intangibles no es así.

En las actividades intangibles los tiempos de producción y los de reproducción se confunden.
No se pueden cuantificar ni programar, no son serializables ni industrializables. Y además quedan fuera de control porque nadie sabe lo que te pasa por la cabeza.



La economía feminista distingue entre lo productivo y lo reproductivo.
En la parte superior de este esquema está la economía productiva que corresponde con la dimensión pública de la sociedad: la fábrica que produce bienes y entrega dinero a cambio de trabajo y el hogar que devuelve el dinero al circuito económico en forma de consumo. Cuando se habla de economía se habla sólo de esta parte: es la economía visible.
La parte inferior corresponde a la economía reproductiva. Es lo que no se ve y no se cuantifica, y que mayormente tiene lugar en el ámbito privado de la sociedad: la familia, el hogar o la persona. Aquí tienen lugar los trabajos de cuidados como los afectos, la salud, el bienestar físico y emocional, la comunicación interpersonal, la vida comunitaria o el desarrollo de valores culturales, entre otros. Es la parte invisible, o invisiblizada, de la economía.
La economía feminista nos dice algo que es de cajón: los trabajos de cuidado son trabajo y producen valor, y sin ellos el conjunto de la economía se vendría abajo. Ambas dimensiones son co-dependientes y se retroalimentan.



Como “microrganismo cultural” ¿cuáles son mis tiempos de producción y reproducción?
Si traslado el esquema económico clásico, concebido para el conjunto de la sociedad, a la escala de mi vida es evidente que tanto mis tiempos de producción (delante del ordenador) como mis tiempos de reproducción (mientras hago la comida por ejemplo) constituyen y producen valor. Pero no sólo en el sentido que indica la economía feminista.

Mis tiempos de reproducción son tiempos de producción pura.
No es que necesite comer para seguir pegando golpes al teclado. Es que mientras como, o mientras voy en bici, o mientras hago cualquier otra cosa que no sea estar delante del ordenador, sigo pensando. Sigo tomando decisiones, buscando el enfoque adecuado, dando vueltas a las ideas... Sigo produciendo. (Por ejemplo, para los que me preguntan que de dónde saco tiempo para hacer un blog: es que los posts los escribo en la cabeza mientras friego los platos que, como es tan repetitivo, me pone la mente en un estado superzen que delante de una pantalla no alcanzo ni de lejos).



En el caso de los “microorgamismos culturales” es aún peor.
No sólo trabajamos mientras fregamos los platos. Cuando salimos, cuando vamos a un concierto, cuando leemos un libro (por placer, sin finalidad), cuando nos emborrachamos como cubas también estamos trabajando. Seguimos procesando información, inspirándonos, aprendiendo, conociendo gente... haciendo cosas que forman parte de nuestros activos o nuestro capital, que son recursos y herramientas de trabajo. En mi caso además, me paso la mayor parte del día literalmente pensando en las musarañas, que son mis compañeras de trabajo.
El lado oscuro de esto es el trabajocolismo que afecta a muchos de nuestros compañeros y se hace notar especialmente en el caso de que, por ejemplo, tu pareja se dedique a otra cosa completamente distinta (esta es la verdadera razón de la endogamia del mundo cultural: prefieren estar entre ellos para que se les note menos).



Tiempos de inspiración, tiempos de expiración, tiempos acordeón.
Como hacer un prototipo basado en lo de las musarañas parece poco serio -y ya me doy cuenta de que huele a justificación de una caradura de mucho cuidado- le he buscado palabras más técnicas. Los tiempos de producción ahora los llamo tiempos de expiración (copiado del mailing de cultivo#12). Los de reproducción, tiempos de inspiración (idem). Y luego tenemos los tiempos acordeón que varían en función de infinidad de variables como el estado de ánimo, la climatología, los plazos de entrega, la concentración, el calendario de eventos, la vida amorosa, etc.
Los tiempos acordeón son los que regulan el reparto entre inspiración y expiración. Y como ya habrás comprendido a estas alturas, constituyen la verdadera coartada.

Descargar Economía Creativa para el Underground #2 (en PDF).
Descargar Economía Creativa para el Underground #1. “Be creative under-class! Mitos, paradojas y estrategias de la economía del talento” (en PDF en la Biblioteca YP).
Lo digo sin rodeos: la moda nerd me supera, me expaspera, me desespera. Me dan ganas de parar a la gente por la calle y preguntar, sinceramente, pero tú chaval ¿porque lo haces? ¿Porque te pones gafas si no te hacen falta? Si se ve a la legua que no tienen graduación (¡hijoputa!). ¿Por qué te disfrazas del chico menos popular del instituto que se mea encima cuando le mira una chica, si salta a la vista que no has sido el rarito de la clase en tu vida, cabrón? Y tú ¿por qué te pones esa falda de numeraria? ¿Y esos calcetines? ¡Esos calcetines! ¿De verdad quieres ser como la mujer de Harvey Pekar? ¿No ves que se te nota que no, que has sido siempre la más guapa de la clase? ¡Serás pedorra!


A la izquierda, un nerd de mentira. A la derecha, uno de verdad (¿a que como este no hay huevos?). Sacados de la biblia de las tendencias.

Es mi primer gran desencuentro con la moda juvenil y un síntoma claro de mi propia decadencia, si ya lo sé. Pero alguna vez tenía que pasarme. Cuando se puso de moda el punk me dió igual, hasta me alegré porque en los ochenta era tan enana que no pude disfrutarlo. Pero esto de la moda nerd... Para los que hemos sido gafosos y marcianoides toda la vida es un poco... reconozcámoslo aunque nos joda porque qué derecho tenemos, no es propiedad exclusiva de nadie, el mundo de la tendencia es así, sorprendente, traicionaro... lo sé, lo sé... Pero es que la moda nerd... Que yo llevo gafas desde los siete años joder. Y me pasé toda la adolescencia con aparato dental. Cuando veo que lo que más mola en las discotecas de Berlin ahora es vestirse como una mala copia de mí misma con trece años (que ya la versión original era para salir corriendo), es que me quedo estupefacta. Y pienso: ya está. Me hecho mayor. Soy una muerta viva, una gruñona, no entiendo nada, si se quieren poner gafas que se las pongan, si yo siempre he defendido que con gafas se liga mucho más... En fin. Que me jode y me jode que me joda. Y en este bucle malsano, aleluya tengo un blog para gritar Hello world, I hate you all fake-nerds! Y me voy a comprar una escopeta para liarme a tiros en el recreo.

Futuridad ahora!

Garabateé más de 30 páginas tamaño libreta en la última Transmediale, estuve allí cada día desde las 11am, me lo chupé todo. Y ahora me encuentro con un montón de notas que se morfonden en mi disco duro y cada día que pasa son más candidatas a convertirse en eternos borradores. Sin más, ahi van.

Ese fue el lema de la Transmediale 2010, con punto de exclamación incluido. He tenido que buscar en el diccionario de la RAE la palabreja para asegurarme de que existía. Pensaba que era un neologismo pero no. Futuridad significa “condición o cualidad de futuro”. La explicación en inglés es más matizada (“la cualidad de estar en el futuro o ser del futuro”) pero en cualquier caso, hablar de futuridad y no de futuro a secas es ya un posicionamiento, cristalizado en el texto de presentación: “Hemos entrado en una era más allá de la retórica futurísta. La idea que teníamos sobre el futuro nos ha alcanzado y está atravesando una crisis de identidad. Fururidad ahora! te invita a crear nuevos modelos para el futuro y a preguntarte, no qué es lo que te depara el futuro a tí, sino qué es lo que le deparas tú al futuro”.

Hay que reconocer que la propuesta es inteligente. Deja claro que no estamos aquí para hablar sobre el futuro sino sobre la idea que tenemos de él. Una idea que, efectivamente está en crisis, entre otras cosas porque sigue siendo la misma que hace 60 años, cuando se forjaron esas utopías y distopías que con el cambio de siglo se nos han quedado viejas. En un año con un nombre tan sugerente como 2010 (¡2010!) aquí seguimos. Sin amigos extraterrestres, ni viajes interestelares, ni coches voladores, ni historias de amor entre humanos y ciborgs, ni anarquía post-atómica, ni retratos costumbristas de la vida en un refugio nuclear, esperando un desastre que no acaba de llegar o lo hace sólo de una forma desesperadamente tibia.


"White Noise" de Zilvinas Kempinas. Luz, cintas de video y un ventilador.

Igual el problema de la ciencia-ficción es que ha sido tan etno-céntrica y naïve como las películas de Hollywood. El planeta tierra era un mundo blanco de clase media y el único afuera que fuimos capaces de imaginar era de color verde neón y venía de otra galaxia. Y sin embargo, no: no hay un fin de la historia como quieren los neo-cons. Es seguramente el fin de la historia de un mundo pero no de todos los mundos. Así las cosas, la propuesta de la Transmediale, de pensar sobre el futuro como imaginario, nos evitaba caer en lo que realmente nos da pavor: pensar en el futuro como realidad y acabar hablando del presente. Bancarrotas, deshielo de los polos, terroristas barbudos en alfombras mágicas, envejecimiento de la población, centros de internamiento para inmigrantes, contratos de suministro energético entre Rusia, Africa y China, el superagente Chavez, el gatillazo de Obama...

Yo que soy una apocalíptica de salón (como todos los apocalípticos) hubiese preferido más droga dura, pero qué le vamos a hacer. La Transmediale es un festival de arte de su tiempo pero un festival de arte al fin y al cabo, que nos invita a descubrir una programación más que correcta, con sus aires de actualidad pero sin sobresaltos, y a disfrutarla desde la comodidad de la butaca, con unas cervezas frías y la languidez despreocupada de los buenos lectores de ciencia-ficción.
Publicado en Mugalari el 26 de febrero de 2010.

La televisión ya nos ha acostumbrado a que las retransmisiones en vivo vayan trufadas de información adicional que acompaña lo que sale en la pantalla interpretándolo a medida que se emite. Algo así hacen Sosolimited, pero con más humor, inteligencia y pericia técnica.


Foto de Lucy Benson

Pensemos por ejemplo en los acontecimientos deportivos o los debates electorales. A la emoción del directo, del sabernos testigos de algo que está ocurriendo en ese preciso instante, se suman otros niveles de espectacularidad propios del medio televisivo, como explicaciones de los comentaristas, gráficos de audiencia o estadísticas de opinión. Todo ello contribuye a que, en las retransmisiones en directo, el producto final que nos llega como espectadores sea, desde todos los puntos de vista, una remezcla. “Lo que ves en la tele es un producto cerrado que tienes que consumir así. Sólo puedes apagar la tele o cambiar de canal pero no modificarlo. Nosotros metemos mano a la emisión ofreciendo una versión diferente” dice uno de los integrantes de este colectivo de programadores web afincados en Massachusetts, nominados al premio de esta última edición del festival de media arte de Berlin.

En Transmediale, Sosolimited presentaron la performance The Long Conversion, una actualización de la aclamada ReConstitution, con la que saltaron a la fama en 2008 cuando, ataviados con trajes impecables y gafas de sol (una estética burlona que los situaba a medio camino entre los servicios de inteligencia del FBI y unos Blues Brothers de ascendencia electrónica), remezclaron en directo la retransmisión de los debates entre Barak Obama y John McCain.

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Este es el vídeo de ReConstitution, la remezcla de los debates Obama/McCain:

Publicado en Zehar #66 (Arteleku) en enero de 2010.


"The Farm" de Alexis Rockman en la exposición "Paradise Now: Picturing the Genetic Revolution".

(...) Mirar a la ciencia desde la no-ciencia (ya sea desde esas hijas bastardas del racionalismo que son las ciencias sociales o desde el propio arte entendido como laboratorio del imaginario) parece ser una parada inevitable del pensamiento como práctica situada y política. “Soft Power” se ubica abiertamente en ese intersticio entre disciplinas pero su enfoque dista mucho de los que tradicionalmente se encuentran en las categorías del bioarte o el sci-art que, a pesar de su juventud y de la limitación inherente a cualquier etiqueta, poseen ya su historia, sus héroes y sus padrinos. Durante toda la década de los noventa y especialmente desde el famoso conejo fluorescente de Eduardo Kac, el bioarte se ha caracterizado por una perspectiva a-crítica y celebratoria travestida de divulgación, fundamentalmente literal (grandes fotografías de células o proteínas), espectacular (como “la creación de una chaqueta de piel realizada con las células de una vaca que aún no ha nacido”) y plagado de eslóganes solemnes (como ”Gracias a la ingeniería genética los seres humanos podremos vivir 150 años”). El resultado es lo que Jacqueline Stevens llama la narrativa genética: “el género trágico de nuestro tiempo”, que ha servido como carta de presentación de una iconografía científica favorable a los intereses de la bioeconomía.(...).