¡El bloque en un museo!



Colisión de galaxias. Por poco no me sobrepongo cuando el verano pasado, visitando la exposición de “Quinquis de los 80” en Barcelona, descrubrí una fotografía de gran tamaño de la casa de mi abuela: bloque nº12, Otxarkoaga, Bilbao. La foto, junto a otras de lugares similares, forma parte de la sección dedicada a los barrios del desarrollismo español, el contexto urbano en el que surge esa carismática figura del maleante de periferia a la que rinde homenaje la muestra, comisariada por Amanda y Mery Cuesta para el CCCB y que se puede ver ahora en La Casa Encendida de Madrid.

Otxarkoaga, una historia banal. Construida por Franco en la década de los cincuenta para alojar a las familias inmigrantes que trabajaban en las fábricas vizcaínas y vivían en chabolas en las faldas de los montes de alrededor. “Que les hagan casas como Dios manda”, parece ser que dijo, y a toda prisa armaron un barrio entero que, en los años setenta y ochenta, era el de peor fama de Bilbao. No me atrevo a decir que inmerecida porque en aquella época yo aún no tenía muy desarrollado el umbral de la normalidad, así que no sé. Era un barrio de las afueras y de clase obrera; reinaba el caballo igual que en todas partes; las calles no tenían nombre y se identificaban por el número de los edificios: soy del bloque 12, voy al bloque 38, me gusta el del bloque 156.

A diferencia de otros lugares parecidos cuya imagen se ha normalizado casi del todo (como Rekalde), Otxarkoaga no ha conseguido cambiar de reputación. Decir que vas o vienes de allí aún provoca esas décimas de segundo de silencio detenido durante las cuáles imaginas las neuronas de tu interlocutor procesando a toda mecha para dar con el comentario adecuado en términos de naturalidad, cosmopolitanismo, conciencia de clase, etc. En fin, el tipo de sitio que no esperas encontrar referenciado en un centro de arte.



Las críticas a la expo de Quinquis eran esperables: estetización de lo marginal, incisión en una imagen del barrio que no contribuye a regenerarlo... En mi opinión, desenfocadas. Reconzoco las arenas movedizas en que se adentra. Pero desconfío de esa opinión pública autorizada que insiste en tratar los asuntos socialmente delicados con equidistancia, se apoya en un argumentario que no supera la prueba de ponerse a dialogar en otros parámetros (por ejemplo, globales) y asume que todas las narraciones de la sensibilidad obrera que se desvían de la oficial (la familia honrada que, a fuerza de trabajo y sacrificio, ha pasado a la siguiente pantalla de la escala social) están necesariamente despolitizadas. We don´t need another hero, ni más guardianes de la revolución, gracias.

Soy la primera que se pone a la defensiva cuando oye a alguien que jamás pondría los pies en un barrio así, decir que le gusta esa exposición. Yo también deseo partirle la cara. Pero a la vez soy consciente de que las referencias estéticas que manejamos son idénticas: las razones por las que a esa persona le mola la expo y las razones por las que yo entiendo que mola son las mismas. Si la visión franca y celebratoria de Quinquis tiene sentido (y lo tiene, puesto que la entendemos a la primera) es porque todos comprendemos los mecanismos simbólicos que entran en juego sin ninguna dificultad. Es lo que tiene pasar de ser un país pobre a uno de nuevos ricos (perdón, de clase media): que nos exige reproblematizar temas muy peliagudos, como la migración de clase, y reformurlarlos en un marco de circulación de referentes de cultura popular totalmente transnacional y transversalizada también en términos de clase (todo lo de la crisis del pensamiento de izquierdas iría aquí).

Ver un película como La Haine en un festival comercial de cine de autor, mola. Mirar en la MTV videos de hip-hop -que no viene de Beverly Hills precisamente- también. Incluso escuchar a la Lopez entonar el “Jenny from the block” tiene su gracia. Pero tratar la estética del delincuente de barrio como un elemento más de nuestro paisaje cultural común, eso no se puede. Eso es reapropiación indebida, éticamente dudosa, superficial y fetichizante. Spanish exploitation. Pues yo me alegro de ver el bloque de mi abuela en un centro de arte y lo digo desde todos los ángulos: el de la crítica cultural y el del orgullo de clase. Otxarkoaga mola, cómo no, sí, por supuesto.
Como complemento a la jornada sobre "Empresas Culturales, Sectores Creativos y Generación de Empleo" organizada por el Gobierno Vasco el pasado 14 de junio en Vitoria, se nos pidió a los intervinientes que elaboraramos un breve informe de valoración. Copio a continuación mi informe para fines de archivo y debate (al que os animo a participar vía comentarios a este post o a la nota correspondiente en Facebook).

Más información sobre el programa:
Presentación y programa completo
Textos y ponencias de los intervinientes

Más información relacionada con economía de la cultura (desde el punto de vista de abajo y a la izquierda):
Cultivo de microbios Zemos98 Sevilla 2010
Para quienes disfrutamos trabajando Madrid 2010
REU08 Andalucia 2010


REU08 para Zemos98 2010.

Mi informe:

Pensamiento industrial
Parece que el pasado nos impide evolucionar. Seguimos pensando la economía (y por tanto la economía de la cultura) en términos industriales, seguramente debido a viejas inercias de país que se ha hecho rico con la industrialización. Si queremos seguir siendo competitivos en el nuevo escenario, hay que asumir riesgos y actualizarse. El caso de Extremadura es totalmente contrario y paradigmático: una región que, como no tiene “nada que perder”, arriesga mucho más y se lanza a políticas de verdad innovadoras.

Cultura vs. Industrias culturales
En general, la idea de cultura que se ha manejado en las ponencias es economicista e industrial. Hay sectores culturales industrializables (cine, videojuegos, grandes espectáculos, medios de comunicación, etc) pero todos no lo son. Necesitamos entender lo cultural de un modo:
> Cualitativo: valor intangible de los procesos creativos, capital relacional, estilos de vida.
> Informales: valor generado por la economía informal, caracterísitica del sector de la cultura.
> Sistémicos: aunque cada subsector tenga sus especificidades, hay que pensar lo cultural como un todo, un organismo o un sistema de flujos que, cada vez más, desbordan el propio sector cultural.
> Micro: sabemos que casi todas las iniciativas culturales son nano o micro-empresas (o no son empresas en absoluto); dejemos de ignorarlo.

Cultura vs. Economía creativa
Durante toda la jornada se hizo patente una confusión entre, por un lado, el sector de la cultura (en sentido tradicional: artes, letras, espectáculos, etc) y por otro, la “nueva economía creativa” (innovación, creación de riqueza intangible, etc). Es una confusión muy contemporánea y nadie ha encontrado aún la receta para salir del embrollo, pero seamos conscientes de ella. La cultura, entendida como laboratorio social o de ideas, sirve para generar procesos de innovación pero no debe transformarse en un recurso de usar y tirar al servicio de la industria. Mucho cuidado con esto.

Cultura vs. Emprendizaje cultural
El emprendizaje cultural es un engaño para subsanar la reducción de financiación pública y la externalización de servicios (cambiando la lógica de la subvención por la del contrato). La realidad económica del sector cultural hace muy difícil la creación de empresas.

Metodologías obsoletas
Es preocupante que en varias intervenciones se haya repetido el mismo argumento, a saber: “Aunque sabemos que ya no son válidas, seguimos utilizando las mismas herramientas de análisis porque son las que conocemos”. Hace falta un trabajo serio de búsqueda de indicadores (como los que apuntaba Montserrat) porque con malos indicadores hacemos falsos análisis y con falsos análisis hacemos políticas equivocadas.

Evento público vs. Encuentro de profesionales
Igual en la jornada se quiso matar muchos pájaros de un tiro, juntando objetivos incompatibles. Por un lado, obtener cierta visibilidad mediática; por otro reunir a un grupo de “expertos” o profesionales del sector para reflexionar sobre políticas culturales. Al final se quedan las dos a medias.

Mi propuesta es que desde el departamento de Cultura de Gobierno Vasco se empiece a trabajar en el diseño de políticas colaborativas entre las instituciones y el sector cultural. ¿Ya se está haciendo? Pues hay que seguir en esa dirección y profundizar. No es un problema de presupuestos sino de voluntad política.

Playboy, el chico de interior

El último libro de Preciado, “Pornotopia. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría”, contiene dos ensayos en uno. El primero puede leerse como una extensa nota a pie de página del anterior “Testo Yonki” sobre la puesta en marcha del régimen farmacopornográfico, ilustrado en este caso por el universo Playboy como primera empresa que comercializa con éxito el burdel multimedia global, es decir: el complejo integrado por la revista, los programas televisivos, las webs y los demás productos mediáticos que explotan el business-core de la marca de las conejitas. El segundo ensayo es más específico, pues incorpora a lo precedente el factor arquitectónico y en concreto: la construcción cultural de los espacios de vida en la sociedad norteamericana de posguerra.

Dicho en un tweet: en la década de los cincuenta, Plaboy inventa el hombre de interior.


Hugh Hefner, fundador de Playboy y pionero del trabajo horizontal, en su casa, Chicago 1966 (foto: Burt Glinn / Magnum).

¿Cómo es eso? Ya sabemos que en la era atómica, las mujeres, encerradas en la casa familiar suburbana con niños, jardín y electrodomésticos que hacen todo solos, se mueren de aburrimiento. Pero resulta que sus maridos, educados para ocuparse de las cosas que cuentan, se aburren todavía más. Peor: se sienten desposeídos, porque el lugar al que regresan tras chuparse nosécuantas horas en coche al salir de la oficina, no les pertenece. La casita unifamiliar no funciona solo como “un confortable campo de concentración suburbano” para las mujeres de clase media; también lo es para sus esposos.


A la izquierda, el hombre americano tradicional; a la derecha, el nuevo playboy (dibujos de Arv Miller para Playboy, 1953).

Además, el varón heterosexual americano de los años cincuenta ya no es como sus padres. No le gusta ir de caza, no se identifica con los valores de trabajo, familia y responsabilidad y está hasta los huevos de las obligaciones a las que le condena su condición de buen padre y buen esposo. Hijo predilecto de la sociedad de consumo, reivindica él también el derecho a una habitación propia. Un lugar en el que sentirse frívolo, infantil y libre; y lo que es más importante: un lugar al que la tipología de mujeres que dominan su vida en el espacio privado y delimitan el campo de sus obligaciones en el público -la madre, la esposa y el ama de casa- nunca tengan acceso. El imaginario masculino de la posguerra reclama pues una masculinidad a su medida y un espacio ideal (utópico) para ponerla en escena. Es lo que en marketing se conoce como “target de mercado”.
Quería una casa de ensueño. Un lugar en el que fuera posible trabajar y también divertirse, sin los problemas y conflictos del mundo exterior. El hombre no sueña con un rincón donde colgar el sombrero, sino con su propio espacio, con un lugar que sepa que le pertenece, un entorno que pueda controlar por sí solo. Playboy ha diseñado, de los zócalos al techo, el ático idel para el soltero urbanita. Hugh Hefner, editorial de Playboy 1953.

Corte longitudinal del ático de soltero Playboy diseñado por Donald Jaye en 1962.

Este nuevo hábitat, que Preciado denomina “topos erótico alternativo a la casa familiar suburbana”, tomará cuerpo, primero en el ático Playboy, después en la mansión Playboy de Chicago y la mansión Playboy West de Los Angeles, donde el fundador de la marca, Hugh Hefner, vive y trabaja en batín de seda y zapatillas, rodeado de novias y colaboradores. En las casas Playboy, reales o ficticias, las divisiones de género están estrictamente controladas pero no en la forma habitual. “La estrategia de Playboy no era transformar a la madre y el ama de casa en puta legal -como hasta entonces- sino modelar una compañera ideal que no suponga una amenaza para la autonomía sexual y doméstica”. Es aquí donde hacen su entrada las conejitas, no como elemento central del negocio, sino como espejismo, para reforzar la idea de una masculinidad de interior manteniendo alejado al fantasma del homosexual. La figura femenina es estratégica pero insignificante y sólo se hace presente de manera virtualizada: como playmate invitada, su presencia puede activarse o desactivarse cerrando una puerta o pasando una página.

“Pornotopia”, con el que Preciado ha resultado finalista del premio Anagrama de ensayo, incluye también un estudio pormenorizado de la famosa cama redonda de Hefner y un sinfín de referencias bibliográficas y cotilleos. Son apenas 200 páginas, con letra grande, que se leen en tres sentadas.